23 diciembre, 2008

Georg Wolffger, Graz, 1673

Como cada Navidad, llega puntual la felicitación extraordinaria de Víctor Infantes: siempre una pequeña joya sobre el mundo del libro o de la imprenta. Y nosotros no podemos evitar colocarla en el alboroto de esta Mesa Revuelta para que todos los que entran en nuestra casa la puedan ver.

¡Gracias Víctor, y que el 2009 te colme de alegría y más y más libros!


21 diciembre, 2008

Descubriendo Oporto

Los días 4 y 5 de diciembre, convocados por la Universidade do Porto, el Centro Inter-universitário de História da Espiritualidade y el GRISO de la Universidad de Navarra, nos juntamos en Oporto un puñado de gente de España y Portugal para hablar de «Emblemática y religión» desde la literatura y la historia del arte. Las dieciséis comunicaciones fueron estas y en este orden:
- Ignacio Arellano (GRISO-Universidad de Navarra), «Emblemas en fiestas jesuíticas portuguesas»
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Maria Cristina Osswald (Universidade do Porto), «Discutindo a emblemática e a educação na Companhia de Jesus (sécs. XVI-XVIII)»
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Antonio Bernat Vistarini (Universidad de las Islas Baleares) y John T. Cull (College of the Holy Cross), «"Pues si miramos ese escudo Imperial": imbricación de palabra e imagen en el sermón que predicó el padre Jerónimo de Florencia, S. J., para El libro de las honras... de María de Austria»
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Ana Martínez Pereira (CIUHE-CITCEM, Universidade do Porto), «Política y religión: un programa emblemático en la Casa da Misericórdia de Oporto»
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Gabriel Andrés (Università degli Studi di Cagliari), «Estrategias de emblematización de los componentes de la fiesta barroca»
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Luis Gomes (University of Glasgow), «Emblemática nos sonetos religiosos de Vasco Mousinho de Quevedo»
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Rafael Zafra (GRISO-Universidad de Navarra), «Catequesis y emblemática»
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Víctor Infantes (Universidad Complutense de Madrid), «Marginalia Emblematica (II). Juan González de la Torre y su Diálogo llamado Nuncio Legato mortal, la imagen poegráfica de la Muerte»
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Víctor Mínguez (Universidad Jaume I), «Matrimonio y emblemática. La representación simbólica de los enlaces nupciales en la Casa de Austria»
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Rafael García Mahíques (Universidad de Valencia), «Retórica visual en torno a San Francisco de Borja en el Palacio Ducal de Gandía»
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Jacobo Sanz Hermida (Universidad de Salamanca-CIUHE) «Los jeroglíficos de Bernardo Sierra: una exhortación al desprecio de vanidades y deleites»
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José Julio García Arranz (Universidad de Extremadura), «Emblemática inmaculista en la azulejería barroca portuguesa: el programa de la Igreja das Mercês, en Lisboa»
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Isabel Morujão (CIUHE-CITCEM, Universidade do Porto), «Emblemas e problemas em Aves Ilustradas»
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Sara Augusto (Universidade Católica Portuguesa), «“Estranhos artificios”: representação emblemática na novela pastoril portuguesa»
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Christian Bouzy (Université Blaise Pascal), «Lo sagrado y lo divino en los Emblemas Morales de Juan de Horozco»
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Javier Azanza (Universidad de Navarra), «Alciato moralizado: los emblemas alciatinos como exempla en la oratoria sagrada»


Llovió casi todo el tiempo pero, en cuanto pudimos, salimos a la calle, guiados por Cristina Osswald, para dar una vuelta por la ciudad. Sin ella, nacida en Oporto, seguramente nunca habríamos encontrado la iglesia barroca de Santa Clara, prácticamente oculta para los visitantes ocasionales. Al entrar quedamos impresionados por ese barroco llevado al extremo. Empecé a hacer fotos, aunque la luz de la tarde ya casi no lo permitía. Enseguida, con solo sacar la cámara de la funda, salió de la penumbra una señora delgada, cetrina, metida en una bata más bien sucia, y me advirtió muy secamente que no podía usar el flash. Peor aún, cuando llevaba hechas unas tres o cuatro fotos (sin flash) se volvió a acercar muy irritada diciéndome que ya estaba bien y que bastaba de fotos por hoy. Cristina Osswald discutió un rato con ella, pero quedó claro que aquella sacristana guardaba la iglesia como un tesoro muy personal y que nosotros no éramos merecedores de contemplarla a gusto.

A la Iglesia de Santa Clara se entra atravesando un portal de granito que da a un patio anodino. En el portal hay una reluciente placa de latón que indica que allí está el Instituto Nacional de Saúde Dr. Ricardo Jorge. Debajo, en un poste de hierro, con letra pequeña se lee que

la construcción de la Iglesia o Convento femenino de Santa Clara data de la primera mitad del siglo XV. En época moderna sufrió alteraciones, siendo construido el portal renacentista. Ya en el siglo XVIII la fachada fue alterada de nuevo. Su interior fue revestido de talla dorada en la misma época. Es considerado uno de los mejores trabajos de los escultores de la escuela portuense.

No hay duda de que el lugar necesita algo más de atención y menos celo ocultatorio. Ya nos había parecido en la primera visita a Oporto que era una ciudad con un cierto recato o indecisión entre mostrar y ocultar.





Antes de que oscureciera, el grupo formado por Rafael Zafra, Javier Azanza, Rafael García Mahíques, John Cull, Cristina Osswald, José Julio García Arranz, Víctor Mínguez, Ignacio Arellano y su hijo Salvador (quien, por cierto, inauguraba una exposición de fotografías sobre la India, hechas con Santiago Fernández Mosquera) llegamos a la plaza de la Catedral y aún pudimos ver algunas cosas: los azulejos del claustro, que están restaurando, el progama iconográfico de las virtudes en el artesonado de una sacristía, las omnipresentes –y bastante sucias– gaviotas, unos graffitti en un pasadizo hacia el río.











A la mañana siguiente volvía a llover. Nos metimos en el Mercado do Bolhão, cerca de la rua de Santa Catarina. John y yo, que no nos veíamos desde que estuvimos en San Francisco hace tres años, nos despedimos hasta la próxima comiendo como un par de marqueses (si bien algo venidos a menos, cierto) en el famoso Café Majestic.




17 diciembre, 2008

Francisco Manuel de Melo en Oporto

Ha querido el destino —si bien es cierto que con la inestimable ayuda de los alemanes de Air Berlin— que cada día haya un vuelo directo de ida y vuelta entre Palma y Oporto. Otra rareza es que en el plazo de poco más de un mes haya ido dos veces a esta ciudad que no había visitado a pesar de haber estado tantas veces en Portugal. Oporto no es fácil. Es acogedora en la ribera pero luego no se deja entender con sencillez entre sus calles empinadas, enrevesadas. De repente uno encuentra una perspectiva iluminadora y acto seguido se atasca en calles como desfiladeros. Aparte del notorio residuo británico, tanto puede recordarnos a Praga en un escorzo rápido como a un pueblo gallego. Muestra y esconde. Es extensa en sus alrededores y amontonada en su eje fluvial. Y, además, es ciudad doble, con su mirador en Vila Nova de Gaia en la margen izquierda del río, donde están las bodegas de vino.
Estuvimos aquí, como decía en la entrada anterior, primero hablando de Francisco Manuel de Melo los días 23 a 25 de octubre y luego alrededor del tema «Emblemática e religião», del 4 al 5 de diciembre. En octubre hizo sol y hasta calor a ratos. En diciembre, en cambio, no paró de llover. El congreso de Melo, gracias a los organizadores, tuvo todo lo bueno de un congreso, gente que trabaja sobre un mismo tema, inteligencia, buen ambiente de colaboración, ideas interesantes. A Melo siempre se le dedican calificativos superlativos. Todos parecen apreciar mucho su obra. Yo enuncié varias veces una propuesta que me parece de sentido común y no demasiado complicada: empezar el proyecto de una edición crítica de todos sus escritos.
En la próxima entrada hablamos del encuentro sobre emblemática y religión.











14 diciembre, 2008

Portugal, dentro y fuera

Salí por última vez de Lisboa horas antes del incendio del Chiado. El corazón de Lisboa empezó a arder a solo dos calles de donde estuve viviendo aquel agosto de 1988. Tomé el avión de vuelta a casa la tarde del día 24 y lo primero que vi en la televisión al día siguiente fue todo el barrio en llamas. Vi cómo el fuego se detenía milagrosamente a un paso exacto de la pequeña pensión, llena de madera vieja, que acababa de dejar en la Rua do Ouro y tuve que contener las lágrimas ante aquel desastre. Luego pasaron veinte años y unos meses, y todavía no he vuelto a pisar la ciudad. Quizá el tiempo haya acabado después con aquella pensión. O, al contrario, puede que la remozaran aprovechando el impulso turístico de la Expo del 98, no lo sé. Entre mediados de 1983 y aquel agosto de 1988 había pasado muchas temporadas en Lisboa y llegué a conocerla a fondo. Fue un lugar de libertad y felicidad, callejeo, insomnio, jornadas infinitas en la Biblioteca Nacional y muy poco, poquísimo, dinero. Lisboa ocupa un rincón de mi memoria, con sus olores y sabores muy precisos, el color único del amanecer en una calle sin asfaltar de Almada, las conversaciones con aquella familia de angoleños que buscaban trabajo y con quienes compartía partidas de cartas algunas tardes; todo eso está dentro de mi memoria, Lisboa entera, con su acento intacto y también con mis oídos y mis ojos de entonces, bien abiertos. Me resisto a borrarla sobrescribiéndole la realidad de la ciudad actual. Seguro que la Lisboa de hoy es atractiva, y está modernizada, y desinfectada. Es otra. Yo también soy otro.

Así que no volví a Portugal durante veinte años. Pero en cosa de un mes he ido dos veces. No a Lisboa, sino a Oporto y Coimbra. Del 23 al 25 de octubre las universidades de estas dos ciudades, con la colaboración del Centro Interuniversitário de História da Espiritualidade, organizaron un homenaje a Francisco Manuel de Melo que nació hace justo cuatrocientos años, en noviembre de 1608 (ved el programa). Me sentí de verdad muy agradecido cuando me invitaron a dar una de las ponencias plenarias del congreso. Pensaba que el libro que publiqué en 1991 –Francisco Manuel de Melo (1608-1666). Textos y contextos del Barroco peninsular–, a pesar de una reimpresión en el 2002 no merecía ya el interés que allí, rodeado de especialistas e investigadores que han trabajado sobre este autor (sobre todo José Adriano de Carvalho, Ana Martínez Pereira, Evelina Verdelho, Pedro Serra y Zulmira Santos: gracias especiales a cada uno de ellos), pude comprobar que le otorgaban. Recordé, motivado por sus análisis, hasta qué punto Melo era un escritor de enorme atractivo, situado en el torbellino de todos los conflictos ibéricos –y algunos europeos– durante los cincuenta y ocho años de su vida. El título del congreso no podía ajustarse más al del libro: «D. Francisco Manuel de Melo e o Barroco Peninsular».

Coimbra, donde Fernando R. de la Flor abrió las sesiones del congreso, también estaba en mi recuerdo desde entonces. Había llegado a Oporto en un vuelo directo desde Palma y, después de una noche allá, tomé el tren hacia la vega del Mondego. Llegué a la hora de comer y poco antes de entrar en la plaza de la Catedral, me metí en un restaurante en el que no vi turistas. Desde mi mesa, mirando hacia la puerta flanqueada por unos azulejos con «mulheres vindo do mercado» cargadas con cestos de frutas, veía subir jadeando por la empinada Rua de Quebra-Costas a estudiantes cargados con sus cuadernos y libros. El arroz con pato del menú del día estaba bueno por más que lo habían recalentado demasiadas veces. Era la tarde previa al inicio del congreso y pude hacer estas fotos dando una vuelta.




La ciudad está muy renovada respecto al aire algo decrépito que le recordaba. La vida universitaria y el ambiente estudiantil también han cambiado. Antes no se oía esa cantidad de idiomas diferentes en la calle. Europa, montada en el tren del programa Erasmus, ha alcanzado también a este finisterrae. Lo rancio característico, en mi recuerdo, de aquellas calles colegiales en los años ochenta ha sido obviamente sustituido por la misma industria turístico-universitaria que penetra toda la educación superior del Continente. Orden y progreso. Y globalización: al salir de la Catedral, la gitana, con una falda de terciopelo azul como de Blancanieves de Walt Disney y un niño desmayado en los brazos, era rumana, y muy malhumorada. No vi ni a uno solo de aquellos sobrios gitanos portugueses. Ubi sunt?




En la próxima entrada estamos en Oporto.