07 enero, 2008

La Ruta de la Seda

Confesamos guardar aún la música que hizo Kitaro para la memorable serie de la televisión japonesa La Ruta de la Seda. Y seguro que no fuimos los únicos en contemplar con devoción todos los episodios. No hemos vuelto a verlos desde principios de los 80. Entonces nos deslumbró la justa suma de información y espectacularidad de las imágenes. Con todo, ahora preferimos escuchar, por ejemplo, los dos CDs publicados por el sello Accords Croisés, La Route Musical de la Soie. También hemos acabado leyendo bastante sobre estos asuntos y con el tiempo, en Studiolum, nos hemos visto involucrados en trabajos relacionados en algún grado con aquel inmenso recorrido.

En España generalmente se presta poca atención a esa parte del mundo. De hecho, hay lugares que en España tienen una presencia informativa terriblemente menguada. Para tropezar con uno de ellos no hace falta salir de Europa: basta mirar hacia Hungría. Pongamos un ejemplo. Recibimos regularmente el boletín del Instituto Cervantes y ya es la norma que, frente a otros centros muy promocionados, no aparezca ninguna información sobre el centro de Budapest que, sin embargo, existe y está generosamente dotado. A día de hoy, las páginas de Internet del Instituto Cervantes húngaro, en la calle Vörösmarty 22, están en situación de práctico abandono. La memoria de actividades es deprimente o, mejor, ni siquiera llega a deprimirnos porque lo único que vemos es un pdf casi vacío que se refiere al curso 2004-2005 (!). La página de futuras actividades culturales programadas devuelve el patético mensaje: «no hay actividades programadas» («Nincsenek meghirdetett programok»). Y lo mismo ocurre en los enlaces «programación del mes» y «calendario cultural»: «no hay actividades disponibles». Casi nunca hay noticias en diarios y otros medios de información españoles sobre lo que pasa en Hungría, aunque los acontecimientos sean en sí mismos tan importantes como las manifestaciones y revueltas populares de 2007 contra el gobierno. Cierto que la fuerza internacional del húngaro no es la de otros idiomas, pero esta justificación no vale mucho.

Anoche leíamos unas reflexiones interesantes en el libro de James O'Donell, Avatares de la palabra (Barcelona: Paidós, 2000), y aunque un poco largas, nos gustaría copiarlas aquí:

En el otro extremo de Europa, ¿cómo se entiende la historia de Matías Corvino Hunyadi, rey de Hungría (muerto en 1490)? Fue un héroe indudable en la línea de los príncipes del Renacimiento. Poderoso triunfador en las guerras, conformador de una Hungría unida e independiente, también fue uno de los mecenas literarios más intensamente productivos. Su biblioteca era la maravilla de Europa por su brillante colección de manuscritos iluminados que cautivan a cualquiera. Ahora esparcidos a los cuatro vientos, estos manuscritos ponen inmediatamente de manifiesto, incluso por separado, el nivel artístico y cultural de su corte.
Pero Matías Corvino cayó en el olvido. No tuvo fortuna con sus descendientes que no tuvieron suerte con su mundo. Ya en vida sufrió la presión de los turcos otomanos desde el sudeste y, después de su muerte, el Danubio medio se convirtió en el campo de batalla entre la cristiandad y el islam, con grandes descalabros para Hungría. El territorio que él había unido se fragmentó de nuevo y terminó en poder de los Habsburgos de Viena y los turcos de Estambul, y Hungría no llegó a ser la fuerza dominante en Europa Central que los contemporáneos de Corvino podían razonablemente haber esperado que fuera. Además, Corvino es un enigma de estudio para los occidentales; no hay un libro satisfactorio sobre él en inglés y las dificultades de escribir uno se han multiplicado por la variedad de idiomas (como mínimo, latín, alemán, italiano, húngaro, serbocroata y turco) requeridos para estudiar las fuentes.
La historia de Corvino nos enseña mucho sobre la creación de Europa y nos recuerda que uno podría ser un gran príncipe del Renacimiento y no serlo en los libros de historia a pesar suyo. Se ensalza a otros príncipes del Renacimiento descuidados cuyo esplendor nos llega por sus triunfos mundanos y militares y los de sus descendientes. Olvidamos que las narraciones lineales que presentan un triunfo tras otro hacen poco por recordarnos los riesgos y la variedad de la experiencia humana. Este hecho sorprendente enriquece nuestro sentido de la historia, al tiempo que nos recuerda convenientemente las limitaciones de ésta.
Nuestras instituciones educativas personifican nuestra propia imagen más presuntuosa. Cuando las usamos para enseñar "contenidos", para impartir "ideas", me temo que les hacemos poco bien a nuestros estudiantes. Los habituamos a los mitos de la tribu y quizás impartamos algunas habilidades de poco provecho, pero apenas activamos su inteligencia. El estudio de los clásicos griegos y latinos y el estudio de la civilización occidental a los que se otorga un papel principal es valioso no si produce un estudiante que se sabe "los reyes de Inglaterra y puede citar las batallas históricas, desde Maratón a Waterloo de memoria", como el general en Pirates of Penzance. Es valioso si proporciona un punto de referencia, en algunos sentidos reconocible y en otros ajeno y extraño para contemplar el presente.

A diferencia de España, enmarañada casi siempre en mezquinos debates, Hungría es un país que se pregunta de manera compacta y perseverante sobre su historia, sus orígenes y su articulación en la zona del mundo en la que esa historia la ha colocado. La búsqueda en el Este de los orígenes de la gente y la lengua de Hungría ha dado notables investigadores orientalistas. Ahí es donde —volviendo al principio de esta entrada— hemos trabajado desde nuestra editorial, colaborando con la Academia Húngara de Ciencias para exponer la peripecia exploradora y las aventuras de conocimiento que protagonizaron Sándor Csoma de Körös y Aurel Stein. Hace dos días dedicábamos una entrada del blog al primero. Hoy damos el enlace a las páginas del segundo: Aurel Stein (1862-1943). Los tesoros ocultos de La Ruta de la Seda. La lectura de estos dos trabajos, realizados con los fondos materiales y documentales de la Academia, ilustra sobre el vehemente impulso humano de ensanchar los horizontes para conocerse a sí mismo. Quizá al final estos dos hombres no se conocieran más a sí mismos que de no haber salido de su pueblo natal y, ciertamente, no aportaron datos decisivos sobre los orígenes remotos de lo húngaro, pero exploraron, descubrieron y pusieron ante nuestros ojos de manera organizada un mundo que también nos pertenece y que, desde su trabajo, ya no podemos dejar de conocer para saber quiénes somos nosotros, españoles, húngaros o chinos. Vale la pena dedicarles un rato.

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