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Aquí presentamos el emblema "Oler"
del Ver, Oír, Oler, Gustar, Tocar de Ortiz (Lyon 1686).
Acompañando a la pictura
solo incluimos el principio del extenso
comentario y el poema que cierra todo el discurso. En el CD, por
supuesto, se publica el texto completo con notas.
Lorenzo Ortiz, Ver, Oír, Oler,
Gustar, Tocar. Empresas que enseñan y persuaden su buen uso en lo
Político y en lo Moral, Lyon 1686. Emblema "Oler" (p.
127)
LA fragancia de la rosa, à quien guarneciò como de puntas de azero
la naturaleza; la fragilidad de las flores, que un soplo del zierzo
las marchita, un rocio las desoja, un sol las consume, y un dia las
sepulta; el disfraz con que el ambar apareciò en el mundo tan
desconocido, que solo del sentido humano pudo ser descubierto, y la
malignidad enfin con que la naturaleza infamò los montes, donde los
balsamos y las drogas aromaticas se crian, haciendolos tan
intratables à la vida humana, que una enfermedad es el jornal, que
paga à los obreros, que suben à cortarles leña: todo se pone de
parte del mote de esta empresa,
Fue digna de tal pena tu osadia.
contra la mano afeminada que se alargo à cortar una rosa; y paraque
sino para que ò traida en la mano, ò prendida en el sombrero vaya,
como el centro, tirando acia si todas las lineas visuales de la
plaza, para que vea toda la mano de un hombre ocupado en tener una
flor, ò una flor, siendo indice en un sombrero de la importancia que
està dentro de el...
Lireno, que gallarda, y bella
Brilla en el prado esta encarnada rosa?
Viste en el cielo, mas hermosa estrella?
Viste flor en los campos, mas hermosa?
Puede la idea mas artificiosa,
Fingir tanta hermosura?
En tal descuido, tanta compostura?
No es una sombra aquel Carmin ardiente,
Con que ilumina el sol, el rojo Oriente?
Y del alua los candidos albores,
No son con ella palidos verdores?
No ves la vizarria,
Con que Reyna del prado soberana
Averguenza el carmin de la mañana,
En que comienza à colorirse el dia?
El vulgo de las flores, à porfia
Por besarle los pies, entre ellos nace,
O por ennoblezerse con la sombra,
(Que por ser suya ilustra) que les hace.
Verde Texida alfombra
Le ofrece de las yervas la esmeralda,
Adonde tienda la arrogante falda.
Aquella fuente mira,
Que risueña, que salta, bulle, y gira,
en circulos, y en cercos por el prado,
Pues toda su alegria està diciendo:
Que es vanidad de averla alimentado,
Y luzeros por rosas aver dado.
Aquel Dulce Gilguero que en la rama,
De ese frondoso sauze, à vozes llama,
A un mismo tiempo, al dia,
Y à su alada volante compañia,
Aplausos solicita de la rosa,
O por verla tan Reina, ò tan hermosa,
Si no es que apasionado,
La corteja galan y enamorado.
No parece bellissima? no pide
Que aun los ojos la miren con recato?
Pues no menos dichoso hace al olfato,
La fragancia suave, que despide,
Eleva, y adormece los sentidos,
Y entre delicias tantas suspendidos,
Dejan en dulce calma,
Como fuera de si, y en ella, al alma,
Y de aqui forma queja,
Ella misma de si; pues ella misma,
Tanto el sentir aleja,
Como fragante, pura, y olorosa,
Que la atencion se quita, para hermosa.
Si à la nariz la ponen,
Toda el alma querra ser su sentido
Arrebatada del suave objecto:
Parecerate que el Abril florido,
Y todo el Mayo de ella se componen,
Y que de ella reciben lo perfecto.
Adonde vas? detente; que indiscreto,
Andaras si te arrojas à cortarla:
Llegaste? que? te heriste?
Pues pagaste el agravio que la hiciste,
Pues que quiso tu mano profanarla,
Y de su regio solio despojarla.
No vias que aunque bella y tan airosa,
A penas tiene vida:
Y el verse de su tronco desunida,
Y dejar de ser Rosa,
A un mismo tiempo, es una misma cosa?
Por gozar de un deleite te atreviste,
A despojar al dia,
De un sol que mas esplendido le hacia?
Al campo de una flor por quien pudiera,
Desafiar à luzes à la esfera?
A las fuentes del Prado,
Del Narciso mas bello que han gozado?
A las aves velozes,
Del asunto mas digno de sus vozes?
Tanto pudo contigo
Un deleite, que siempre es enemigo?
Un apetito ciego,
Que como mariposa busca el fuego?
Un instantaneo gusto,
Que aun no comienza, quando acaba en susto?
Quejate pues de ti; pues sin reparo,
Prodigo para ti, con ella avaro,
Te buscaste atrevido,
El Aspid ò la espina que te ha herido,
Que en tanta groseria,
Fue digna de tal pena tu osadia. | |
Lorenzo Ortiz de Buxedo (Sevilla, 1632
– Sevilla, 1698)
Del jesuita andaluz Lorenzo Ortiz apenas tenemos noticias y su obra, a pesar
de su indudable interés, ha sido escasamente estudiada. Sabemos que poco
después de entrar en la Compañía en agosto de 1661 fue maestro de primeras
letras en el Colegio de Sanlúcar de Barrameda y luego en el de San
Hermenegildo de Sevilla. Posteriormente lo encontramos como ayudante del
Procurador de Indias en esta ciudad, desde 1669, pasando a titular de la
procuraduría en 1680. Se alaban siempre en su persona la integridad y el
ingenio, especialmente para la contabilidad (publica un ABC del calculador
o computista en Sevilla, 1678) y el arte caligráfico (El maestro de
escribir, Venecia, 1696), así como también su erudición y su afición a las
letras. Era una persona querida entre sus compañeros por la humildad con que
afrontaba cualquier trabajo y por el modo ejemplar de unir el desempeño
intelectual a otras labores y menesteres de tipo administrativo o menos
elevados. El hecho de ocupar durante años un cargo de tanta responsabilidad
como el de Procurador de Indias sin ser sacerdote es prueba singular de la
confianza en su capacidad.
En efecto, hojeando su obra percibimos enseguida a un hermano de la Compañía
con pocos estudios pero con enorme afición a las letras. No vamos a detenernos
aquí en sus labores como traductor, pero vertió aceptablemente al castellano
algunos sermones, como los de Estanislao de Kostka, y varias pláticas del
entonces General de la Compañía, Juan Pablo Oliva (1600-1681) con Paolo
Segneri y con Antonio Vieira. En 1676 publicó en Sevilla un Origen e
Instituto de la Compañía de Jesús, básicamente una biografía de San
Ignacio, que es sobre todo una traducción de Della vita e dell’instituto di
S. Ignatio, fondatore della Compagnia di Gesù, de Daniele Bartoli. La
dedicación a la Compañía culmina en su obra más editada (por lo menos cinco
veces hasta 1702): El príncipe del mar San Francisco Xavier (Bruselas:
Francisco Foppens, 1682), dedicada a la Marquesa de Brenes y con un grabado de
Juan de Valdés Leal en la portada. Fiel a su afición poética, treinta y cuatro
de los cuarenta y un capítulos de esta obra los concluye con versos.
Hemos mencionado antes su labor como maestro de caligrafía. También en esta
actividad une el ingenio a la pedagogía en El maestro de escribir,
donde añade un examen por preguntas y respuestas y 32 grabados, destinados a
crear formas innumerables de letras. Finalmente, se conserva en la Biblioteca
Colombina de Sevilla un volumen manuscrito con sus poesías (Ocio
entretenido. Fragmentos poéticos), y se le atribuye la Fábula de Alfeo
y Aretusa, conservada en la Biblioteca del Gesù de Roma, dedicada al
Marqués de San Miguel de Híjar, Alcaide de los Reales Alcázares de Sevilla
(1683).
De la lectura de su obra más personal (los dos libros de emblemas que aquí
editamos) se extrae la imagen de un hombre dedicado fundamentalmente a los
problemas domésticos del Colegio de San Hermenegildo en Sevilla, primero, y
del colegio de Cádiz, después. De ambos, sobre todo del de San Hermenegildo,
habla con enorme cariño, como si corroborase el conocido elogio de la
educación impartida por los jesuitas sevillanos que ya hiciera Cervantes en el
Coloquio de los perros por boca del perro Berganza. Las aprobaciones y
preliminares de ambas obras insisten en el asombro de que un «hermano
coadjutor» tenga tiempo y capacidad para llevar a cabo tales «primores». Así
lo subraya, por ejemplo, el Padre Pedro Zapata que en una de las aprobaciones
de Memoria, Entendimiento y Voluntad recuerda cómo San Ignacio
aconsejaba que «los hermanos coadjutores se ocupen en cosas mayores fuera de
los exercicios domésticos según el talento que les ha concedido Dios» (s. n.).
Se ponderan aquí la modestia y humildad de Lorenzo Ortiz y su carácter
abnegado en pro de la comunidad. Es curiosa la afirmación del primer terceto
del soneto de don Pedro Torrado de Guzmán con que se cierran estos
preliminares: «En tu humildad se ve como preciso, / que las letras que huyó tu
elección pía, / el cielo te las da por influencia».
A los 45 años Lorenzo Ortiz publica su primer libro. Y es plenamente
consciente de que las colecciones de emblemas ya no son a estas alturas
ninguna novedad editorial. Las llama «empresas» pero no hay discusión teórica
sobre la elección del término. La novedad que dice aportar al género en este
Memoria, Entendimiento y Voluntad, es someter la sucesión de emblemas
al desarrollo de un discurso demostrativo:
«la primera es la proposición del asunto, la última su conclusión y las tres
de enmedio las tres Potencias. En las otras, es libre el cuerpo de la empresa,
en éstas no porque todas han sido nacidas del uso de la mano. En las otras, el
alma o mote unas veces ha sido ajeno y otras propio, ya verso, ya prosa, ya
latín, ya de otra lengua. Aquí todos (perdóname el de la quinta empresa por
ser y por aver de ser único) son ajenos y todos versos heroicos de singulares
poetas españoles».
Y aún se esfuerza en atribuir a su obra otros rasgos de originalidad dignos de
comentario. En primer lugar, subraya una interesante preocupación bibliófila.
El libro es un objeto que ha de tener calidad en su carácter físico. Buen
conocedor de la tradición jesuítica reciente, piensa que en España ya no se
han de justificar los libros mal hechos. Así, esta entrega será realmente
cuidada y hasta lujosa, no como otras, dice, de las que los «estrangeros» se
burlan: «Se imprimen, singularmente en Madrid, libros por mercadería [...], se
ponen en tal papel, se les da tal letra y tal desaseo que testifican bien el
intento del que a su costa les imprimió». Su control sobre la producción del
libro, además, es completo hasta llegar a hacer él mismo los grabados, de los
que excusa su mediana calidad: «solo habrás de suplir la poca destreza del
buril de las láminas porque quise que no fuese de otra mano que de la mía».
Con todo, descontento con el resultado, cuando diez años después edite el
Ver, Oír, Oler, Gustar, Tocar, encargará su factura a un grabador.
En segundo lugar, destaca Ortiz tres aspectos que piensa que distanciarán su
obra de los libros de emblemas habituales: que es un libro temáticamente
unitario, que usa la poesía de autores españoles coetáneos como ornato
principal y que tiene la representación de la mano como imagen primaria en
todos los grabados. Estas mismas características se seguirán en Ver, Oír,
Oler, Gustar, Tocar, que se presentará luego, explícitamente, como
complemento de Memoria, Entendimiento y Voluntad. De hecho, nos da
razones para pensar que empezó su proyecto escribiendo el libro sobre los
sentidos, que son las «puertas» del alma, y que sólo en segundo lugar quería
publicar el de las «potencias» del alma, o hacer un solo libro con ambos (MEV,
«Prólogo», s.n.). También nos informa de que si sus obligaciones se lo
permiten todavía hará otro libro de empresas sobre las «siete virtudes
teologales y cardinales», más dirigido al hombre religioso que al «racional y
político» al que se orienta éste (no llegó a hacerlo nunca, que sepamos). Los
Ejercicios espirituales proponían «traer los sentidos» sobre la
contemplación y luego, por medio de los «sentidos interiores» profundizar en
el contacto con las verdades cristianas. Y, en efecto, Lorenzo Ortiz había de
estar bien imbuido del minuciosamente dirigido programa de perfeccionamiento
moral de los Ejercicios espirituales, donde se movilizaban a la vez los
sentidos y las potencias a partir de un adiestramiento discursivo, retórico en
última instancia, que desembocaba en aquella deseada reestructuración de la
vida psíquica. Creemos que a partir del análisis de cada uno de los elementos
de originalidad señalados antes se puede derivar un entendimiento bastante
completo de ambos libros.
En primer lugar, la estructura de los libros de Lorenzo Ortiz no es la
clásica. Al grabado no le sigue, como habitualmente, un epigrama y luego el
comentario amplificativo en prosa, sino que el orden está invertido y se
cierra el desarrollo de cada empresa con un poema del propio autor
especialmente escrito a modo de resumen o recolección de las claves
ideológicas de todo lo expuesto. Este poema, además, se escribe con el pie
forzado de acabar con el mismo verso que hace de mote, con lo que la clausura
circular de cada emblema es perfecta. Sin embargo, nos encontramos con que,
enmedio, la dispersión interna es enorme. Esta estructura inversa a la
canónica viene así exigida por un principio de orden del que el autor sabe que
se ha alejado inaceptablemente en el desarrollo. El poema hará de resumen
conclusivo de cada emblema pero todavía Lorenzo Ortiz remachará el cierre en
ambos libros con una empresa que denomina «Conclusión de la obra» o «del
asunto» donde se insistirá en la intención global. Lo cierto es que, aún así,
la unidad compositiva está quebrada. En Lorenzo Ortiz actúan de manera
contradictoria y no solucionada un principio de orden (ideológicamente
sustentado además en una idea reiterada de la armonía cósmica a la que el
hombre se debe reintegrar) y una tendencia a la curiosidad mundana, a actuar
como Gracián definía al discreto: hombre noticioso, de «plausibles noticias»
(sin caer en el exhibicionismo erudito, recomienda Ortiz), mundano. Partiendo
de esta tendencia, en ocasiones llega a desatar una especie de escritura
automática a base de asociaciones y recuerdos librescos donde acaba por
perderse por completo el hilo demostrativo.
Es el mejor exponente de este modo de proceder un extenso fragmento (cf.
4r-16v) de la empresa dedicada a la memoria. Allí, la contemplación de una
galería de pinturas por parte de un «varón instruido» y con la memoria bien
provista de recuerdos libera en segunda persona —para dirigirse oscuramente a
un amigo ignaro que le acompaña— un encadenamiento de anécdotas, conocimientos
variados y versos súbitamente presentes de poetas conocidos, que recuerdan el
trance ensimismado de quien habla sólo para sí, de manera libérrima, solapando
sobre la realidad exterior un mundo interior defendido al final como superior
al meramente sensible. A partir de aquí nos damos cuenta de que Lorenzo Ortiz,
a despecho de sus teorías, va a producir un texto que no es propedéutico ni
siquiera compilador sino, sobre todo, cortesano, de varón discreto que se
muestra adornado de conocimientos que le salvan y que recomienda vivamente a
los demás la adopción de esa misma actitud. Y, en el fondo, con un punto
bastante evidente de evasión de la realidad cotidiana. La erudición que nos
quiere presentar es de todo tipo. Sobre todo, histórica, pero también
científica, aunque sus saberes no pasen de elementales. No puede callar, por
ejemplo, que conoce que de la más alta esfera a la Tierra hay «veinte y seis
millones nuevecientas y setenta y nueve mil quinientas y treinta y una leguas»
(12v), detallismo de raigambre jesuítica. En esta empresa de la memoria, que
tanto podría haber dado de sí por la revitalización que adquiere la memoria
artificial en manos de los jesuitas, vemos con claridad que Lorenzo Ortiz, más
preocupado por la memoria natural, pertenece a un estadio de la evolucion de
los libros de emblemas jesuitas en que se cierra el proceso de «reconversión
de la memoria retórica hacia una Memoria que, junto al Entendimiento y la
Voluntad, forme parte de la superior virtud de la Prudencia», una de las
palabras clave absolutas en ambos libros.
Se trata también de enseñar a leer el gran libro escrito por Dios que es el
mundo. Y no se puede negar que Lorenzo Ortiz posee una imaginación sensorial,
plenamente barroca en tanto que adiestrada en las prácticas imaginativas de S.
Ignacio, pero también en la lectura de textos como la Introducción al
símbolo de la fe: «pues no para otra cosa —dice— parece crio (Dios) la
hermosa y fragante flor de la granadilla en que con tan maravillosa y distinta
expresión se veen los instrumentos de la Pasión» (MEV, 18v). Sus
imágenes, no obstante, y a diferencia de los Ejercicios espirituales,
no se recrean nunca en lo desagradable ni ahondan en la truculencia. En todo,
la guía de Lorenzo Ortiz es la práctica cotidiana, expresada frecuentemente en
un ne quid nimis, en un «nada en demasía» como principio rector de las
acciones. Pero sobre todo elige aquella actitud y aquellos conocimientos que
le han de ayudar a situarse en comunidad. Así, las bondades de la conversación
amigable y culta son permanentemente ensalzadas.
De la lectura de estas obras se extraen ciertas constantes temáticas que muy
poco tienen que ver con lo inicialmente propuesto por su autor. Como ejemplo,
valga el deslizamiento de significado del título del libro sobre los cinco
sentidos. En realidad se trata de los verbos, de las acciones ligadas a esos
sentidos, pero enseguida vemos cómo se rellenan con una serie limitada de
conceptos que aparecen una y otra vez. El capítulo dedicado al «oír» argumenta
sobre esa idea del hablar discreto y socialmente aceptable que hemos apuntado
y que aparece en casi todas las empresas. El capítulo dedicado al «oler» se
estructura al modo del viejo modelo de los Carácteres de Teofrasto en
subapartados sobre los que tienen narices de gozque, de gamo, de conejo, o de
zorra, atribuyéndoles respectivamente las cualidades de curiosidad, de los que
creen saber más de lo que saben, de presunción y de prudencia. Y así
sucesivamente.
Hemos mencionado la prudencia, ampliada hacia una actitud cautelosa que en
ocasiones recomienda abiertamente, al modo de Torquato Accetto (Della
dissimulazione onesta, 1641), o de Gracián, el disimulo y el ocultamiento
de la verdad, idea unida a la lección de constante desengaño que debe sacar el
hombre de su paso por este mundo. La mayoría de ejemplos van en esta
dirección. El trato humano y la cultura son entendidos como elementos
salvadores de la animalidad humana y la moderación es la principal de las
virtudes. Pero además de estas ideas que podrían documentarse abundamente, es
interesante resaltar algunos subtemas: Le preocupa la educación de los niños.
Como pedagogo cree que sin la ayuda de los padres nada pueden los maestros. El
ejemplo es la mejor persuasión y no el castigo, y los nobles no por serlo
tienen asegurada una superioridad intelectual ni moral. En todo vemos a un
autor habituado a tratar con problemas prácticos y que tiene en la literatura
una vía de escape de sus preocupaciones cotidianas.
Otra constante que no es puramente temática, sino de estructura y hábito
mental, también de origen claramente jesuita, es la dialéctica permanente
interior / exterior que rige la polaridad entre los dos libros: alma / cuerpo,
sentidos / potencias, conocimiento del mundo / conocimiento de uno mismo.
«Quien tiene experiencia de sí —dice—, podrá extenderse» y tratar
adecuadamente con la realidad (VOOGT, 224). Es de especial interés a
este respecto la empresa «Tocar». El tacto es el único sentido que está en
todo el cuerpo y es presentado como el centinela que le pone en guardia frente
al exterior (cf. la disquisición entre el tacto activo y pasivo, p. 223).
El otro rasgo que él defendía como original era el de adornar sus libros con
fragmentos de poesía española coetánea. En primer lugar hay que decir que la
biblioteca de Lorenzo Ortiz, sus fuentes, no es muy copiosa, y prácticamente
la misma para ambos libros. La constitución de cada empresa como una especie
de silva o miscelánea de casos históricos la lleva a cabo explotando
intensivamente unas pocas referencias. Fray Antonio de Guevara y Pedro Mejía o
Pérez de Moya le ponen sobre la pista de materiales mostrencos, de segunda
mano, pero la fuente clásica más utilizada es Plutarco, venga o no venga a
cuento la anécdota extractada. Con todo, en VOOGT la variedad es algo
mayor, con la diferencia principal de la aparición de algunos autores
italianos. Entre las fuentes clasicas, aparte de Plutarco, citadísimo,
encontramos a Valerio Máximo, Plinio, y luego muy esporádicamente,
Aristóteles, Ovidio y poco más. Entre los autores religiosos, San Agustín, por
la innegable relación que tiene en la configuración de aspectos del
jesuitismo, no podía dejar de aparecer, pero el mayor elogio se lo lleva el ya
citado Fray Luis de Granada, aunque luego no sea apenas utilizado de manera
explícita; Santa Teresa y varias vidas de santos, el padre Juan Eusebio
Nieremberg y el Kempis prácticamente completan la lista. Entre los
emblemistas, Lorenzo Ortiz sólo cita españoles y por este orden de
importancia, Covarrubias, de quien toma bastantes ideas, su hermano Juan de
Horozco, y Saavedra Fajardo. Y entre los repertorios simbólicos, Nieremberg
aparte, sólo el del jesuita Nicolás Caussin (Causino), autor de los
Símbolos selectos y parábolas históricas (con este título traducía
Francisco de la Torre los dos primeros libros del vol. 12 de la obra completa
de Caussin, publicándolo en Madrid: Imprenta Real, 1677) que salían en español
el mismo año en que se publicaba el MEV. Entre MEV y VOOGT,
esa diferencia importante de la irrupción de citas de autores italianos se
cifra especialmente en los nombres de Petrarca, Ariosto y Emmanuele Tesauro,
así como en la mayor cantidad de fragmentos poéticos aducidos.
De hecho, como vemos, no era cierto que sólo aparezcan poetas españoles. La
poesía portuguesa, primero Camões pero también los barrocos Faria e Sousa o
Francisco Manuel de Melo, se antologa con alguna insistencia. Indudablemente
el poeta más citado es Quevedo (no mencionado nunca como prosista), se trata
sólo del Quevedo poeta más neoestoico; así, prácticamente todas las citas de
este autor pertenecen a su traducción de Epicteto. Luego encontramos algunos
poetas próximos geográfica o temporalmente a Lorenzo Ortiz y de obra bastante
accesible, es decir, Gabriel Bocángel, Francisco López de Zárate, Luis de
Ulloa y Pereira, Calderón... Pone como ejemplo de buen poema moral uno de
Saavedra Fajardo («Risa del monte, de las aves lira...»); e incluye una
interesante nómina de mujeres: Luisa de Carvajal, Beatriz de Aguilar, María de
Villafuerte, Marina de Escobar (VOOGT, 273-77).
Lorenzo Ortiz, que se confiesa un aficionado a la poesía honesta, disemina en
ambos libros sus opiniones defendiendo el estilo claro y el concepto ingenioso
por encima del oscurecimiento verbal. En efecto, su propio estilo es
esencialmente llano y con remedos sermonarios (más marcados en MEV que
en VOOGT). No deja tampoco de dar una puntada a la oscuridad gongorina
en la empresa dedicada al «ver», haciendo una broma sobre el único ojo de
Polifemo. Pero elogia el conceptismo sacro «gracioso» en la obra de Bonilla (VOOGT,
287). Repite en varias ocasiones que la cultura, los libros, el estudio y, por
tanto la escritura, deben tomarse en serio o dejarse a un lado. Y vemos en
ello la seriedad del que nunca tuvo el tiempo ni las oportunidades necesarias
para dedicarse a las letras como quisiera y que aborrece a los poetastros
ociosos o chocarreros.
En definitiva, aprovechándose del ambiente favorable a la literatura
emblemática y la gestación arrolladora de este tipo de libros en los círculos
jesuitas, Lorenzo Ortiz prueba sus habilidades poéticas y literarias en
general construyendo una obra que de lo propiamente jesuítico sólo toma el
impulso para luego apartarse. En Lorenzo Ortiz, hermano lego y de cultura
mediana, escribir es una tarea de salvación personal, de reto frente a sí
mismo y de dignificación de una vida dedicada a otros asuntos más del día a
día de la Orden. Imbuido de los hábitos mentales de los Ejercicios, no
elabora, sin embargo, una obra que profundice en estas vías que se habían
mostrado tan fecundas, limitándose a una cierta exhibición, algo ingenua, de
habilidades literarias, conocimientos y citas.
Obras de Lorenzo
Ortiz
• Memoria,
Entendimiento y
Voluntad. Empresas que enseñan y persuaden su buen uso en lo moral, y en
lo político. Ofrécelas a D. Iuan Eustaquio Vicentelo y Toledo, Cavallero de el
Ábito de Santiago. Hijo primogénito del Señor D. Iuan Antonio Vicentelo y
Toledo, Cavallero del Ábito de Santiago, del Consejo Supremo de Guerra de su
Magestad, y de Iunta de Armadas, y Capitán General de la Real Armada de la
Guarda de la Carrera de las Indias. El Hermano Lorenzo Ortiz, de la Compañía
de Iesús. Sevilla: Juan Francisco de Blas, 1677.
• La fragrante
azuzena de la
Compañía de Iesús B.
Estanislao de Kostka
su novicio,
Panegyrico en la
solemnidad de su
beatificación. Orado
en Roma por el Rvdo.
P. Iuan Pablo Oliva,
Prepósito General de
la Compañía, Que
traducido de
italiano en español
lo dedica al Señor
D. Antonio de Castro
Marqués de
Villacampo, el
Hermano Lorenzo
Ortiz, de la misma
Compañía. Véndese en
calle de Génova en
Casa de Iuan
Salvador Pérez, s.
a. [Aprobación de 1677.].
• Plática
espiritual hecha a
la comunidad de la
Casa Professa de la
Compañia de Iesús de
Roma, el día de
Santa Catalina de
Sena del año de
1677. Por el Rmo P. Ivan Paulo Oliva, Prepósito General de toda la
Compañia de Iesús. Y traducida de Toscano en Español por el Hermano Lorenzo
Ortiz, de la misma Compañía. En Sevilla, Por Iuan Francisco de Blas, Impressor
mayor. Año 1678.
• Origen y
instituto de la
Compañía de Iesús en
la vida de San
Ignacio de Loyola su
padre y fundador que ofrece a las sus muy religiosas y apostólicas
provincias de la Compañía de Iesús de las Indias, Occidentales que comprehende
la assistencia General en Roma, por la Corona de Castilla / el hermano Lorenzo
Ortiz religioso de la mesma Compañía de Iesús. Sevilla: en el Colegio de San
Hermenegildo de la Compañía de Iesús: véndese en casa de Ivá Salvador Pérez,
1679.
• Pláticas
domésticas
espirituales, hechas por el Reverendíssimo Padre Juan Paulo Oliva,
Prepósito General de la Compañia de Jesús, a las Communidades de su Casa
Professa, y demás Colegios de Roma, traducidas de Toscano en Español por el
Hermano Lorenzo Ortiz de la Compañia de Iesús. Y las ofrece a la muy
Religiosa, y muy Apostólica Provincia del Pirú de la misma Compañia de Iesús.
En Brusselas, por Francesco Tserstevens, 1680.
• El Príncipe del
Mar San Francisco
Xavier: de la Compañía de Jesús, Apóstol de el Oriente, y patrón de sus
navegaciones... singulares demonstraciones de su amor para con los navegantes,
y seguras prendas de su patrocinio en todos los peligros del mar, Por el
Hermano Lorenzo Ortiz, de la misma Compañía. Bruselas: Francisco Foppens,
1682. Hay ediciones en Sevilla: Imprenta castellana y Latina de Diego López de
Haro (s.a., pero seguramente el mismo de la 1ª ed,
1682); Cádiz: Imprenta del
Colegio de la Compañía de Jesús, por Christóval de Requena,
1688 (se indica en
el título que es la «segunda impresión añadida y emendada»); Sevilla, en la
Imprenta de Manuel Caballero, 1701; Sevilla: Lucas Martín de Hermosilla,
1702 (se indica en el título que es la
«quinta impressión añadida y enmendada por su autor»); Sevilla:
1731.
• Ver Oír, Oler,
Gustar, Tocar. Empresas que enseñan y persuaden su buen uso en lo Político
y en lo Moral; que ofrece el hermano Lorenço Ortiz, de la Compañía de Jesús,
al Illustrísimo y Reverendísimo Señor Don Manuel Hernández de Santa Cruz, de
el Consejo de su Magestad, Obispo de la Puebla de los Ángeles. Lyon, en la
Emprenta de Anisson, Posuel y Rigaud. A costa de Francisco Brugieres, y
Compañía, 1686.
• Ver, Oír, Oler,
Gustar, Tocar: Empresas que enseñan y persuaden su buen uso en lo moral, y
en lo político, que ofrece el hermano Lorenço Ortiz de la Compañía de Jesús al
Excelentíssimo Señor Don Rodrigo Manuel Fernández Manrique de Lara Ramírez de
Arellano, Mendoza y Albarado, Conde de Aguilar, y de Frigiliana, & c.
Gentilhombre de la Cámara de su Magestad, Capitán General de la Armada, y
Exércitos de el Mar Océano, y de sus Costas de la Andalucía y Presidios de
África, &c. Lyon: en la Emprenta de Anisson, Posuel y Rigaud. A costa de
Francisco Brugieres y Compañía, 1687.
• El maestro de
escrivir. La theórica y la practica para aprender y para enseñar este
utilíssimo arte con dos artes nuevos, uno para formar rasgos, otro para
inventar innumerables formas de letras... que ofrece el hermano Lorenzo Ortiz,
de la Compañia de Iesús. Venecia: presso Paolo Baglioni,
1696.
• Ocio
entretenido. Fragmentos poéticos. (Sevilla, Biblioteca Colombina, impresos
y mss.)
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